Cuando se diseñan sesiones de
Educación Física es muy frecuente observar como se otorga un tiempo de duración
a las actividades que se programan en la misma. En principio, se puede
considerar que con ello se tiene en cuenta los principios fisiológicos del
entrenamiento así como los principios metodológicos asociados a ellos
(progresión, sobrecarga, eficacia,…)
En
la escuela, desde mi punto de vista, creo que es un error medir los tiempos de
las actividades que vamos a realizar por varias razones.
En
primer lugar no actuamos de entrenadores, sino de maestros. Si bien pueden
existir coincidencias entre ambos roles, también es cierto que existen muchas
diferencias. El objetivo no es el rendimiento o el éxito deportivo sino una
formación integral de la persona.
Por
otra parte, dos horas de actividad física semanal no repercute sustancialmente
en la mejora de la condición física de nuestros alumnos, sino que serán las
actividades físicas que realice en horario extraescolar las que realmente le
proporcione dicha mejora. Entonces, difícilmente en la escuela o en el
instituto se puede planificar una continuidad y una progresión en los
esfuerzos.
La
heterogeneidad o diversidad de intereses, actitudes, aptitudes físicas, de
habilidad motriz,…es la característica sustancial en un grupo clase, luego
tratar de homogeneizar tiempos de actuación en todos los alumnos parece
contradictorio.
Una
sesión se ve afectada por múltiples variables que hace que no se puedan medir
los tiempos de forma rígida:
La
hora en la que se desarrolla. No es lo mismo una sesión a las nueve de la
mañana que una que se realiza tras el recreo. A las nueve las reservas
energéticas están en plenitud y después del recreo éstas se han visto mermadas.
Las
circunstancias climáticas en las que se desarrolla la sesión. No es lo mismo en
invierno que a las nueve de la mañana se puede estar en el patio a cero grados
que al mediodía cuando se superen los diez. Tampoco es igual cuando nos
acercamos al verano una clase a las nueve que se desarrolla a unos veinte
grados que al mediodía que se está en torno a los treinta.
La
capacidad fisiológica del alumnado. Una actividad que se ha previsto que dure
cinco minutos puede hacer que algunos niños apenas si se cansen o suden y, en
cambio, otros den muestras de agotamiento. Cuando en un grupo hay veinticinco
niños difícilmente para un maestro, e incluso para un entrenador, se puede
calcular un tiempo de actuación que sea apropiado para todos. La dosificación
individualizada de esfuerzos resultaría realmente complicada.
La
intensidad con la que se realiza la actividad. Un mismo niño, ante una misma
actividad y ante la misma duración puede actuar de manera diferente, bien puede
realizarlo a una intensidad muy alta, bien puede apenas si esforzarse.
La
secuencia de tareas que se han programado. La respuesta del alumno puede variar
en función del orden en el que se presentan las actividades en el desarrollo de
la sesión. No es igual una secuencia con actividades de incremento progresivo
de intensidad, que una totalmente opuesta, es decir, que vaya decreciendo, o
bien una en la que se vayan alternando los esfuerzos. Desde mi punto de vista este
último es el modelo a seguir en la parte principal de las sesiones.
Todas
estas circunstancias, y seguro que muchas más que han quedado en el olvido, son
determinantes para apoyar mi opinión. La experiencia me demuestra que los
tiempos de actuación de cada actividad se van definiendo durante el desarrollo
de la sesión en función de cómo confluyen dichas variables.
Se
me podrá replicar que con este proceder puede reinar la improvisación, o bien
que no se realicen todas las actividades programadas o que al contrario, nos quedemos
cortos.
Sólo
cabe improvisación cuando no se programan actividades de forma intencional de
acuerdo a los objetivos que se quieran lograr. Otra cosa distinta es si con el
número de actividades propuestas se logran. A veces, podemos proponer un número
muy alto de actividades para desarrollar un determinado objetivo y éste no se
consigue, en otras ocasiones es posible que con tres-cuatro actividades se
pueda alcanzar. Cantidad de actividades no lleva implícito calidad en el logro
de objetivos.
En
mi caso, suelo programar más actividades de la cuenta, todas están relacionadas
con los objetivos propuestos, y se podrían proponer cien más. Nunca me he
quedado corto ni pongo un número disparatado de tareas. El discurrir de la
sesión, el modo de cómo los alumnos van respondiendo a las tareas propuestas,
es el mejor indicativo para saber cuando he de cambiar de actividad. La mayoría de las veces el momento del cambio
ante una misma sesión, es decir, la duración de las actividades, suele ser
distinto en grupos paralelos.
La
observación es la herramienta fundamental del profesor/a de Educación Física.
Echamos mano de ella para evaluar a los alumnos, pero también se ha de utilizar
para valorar el desarrollo de la sesión que se ha programado y por consiguiente
para valorar nuestra intervención educativa.
La
observación de las caras de nuestros alumnos es un signo subjetivo que nos
orienta de cual es la intensidad con la que se desarrolla la actividad, si
todos participan en un grado similar, si se aburren, si muestran un interés y
motivación no esperado… En base a esta observación parece absurdo seguir con
una actividad en la que no se logran los objetivos previstos o en la que los
alumnos se aburren soberanamente simplemente porque hay que respetar los
tiempos marcados a priori. Lo mismo de ilógico puede ser el detener otra, en
donde los alumnos se divierten, logran con plenitud los objetivos y se plantean
variables en su realización,… porque nos excedemos en el tiempo que hemos
previsto con antelación.
Cuando
diseñamos una sesión, realizamos previsiones o suposiciones de lo que puede
pasar en el desarrollo de la misma, pero esta planificación anticipada no implica
que se ponga en práctica en la realidad escolar con las mismas premisas y
condiciones con la que se han programado.
Por
ello, la sesión resulta el lugar idóneo para investigar en la acción, para
comprobar el resultado de los planeamientos realizados a priori, y en base a
ello realizar las modificaciones que sean necesarias. En Educación Física no
podemos planear con calculadora ni esperar resultados basados en la lógica
matemática. Muy al contrario, se va avanzando en base a los errores y aciertos
que se van obteniendo en el desarrollo de nuestras sesiones.
Para
concluir, la duración del desarrollo de las actividades previstas en nuestras
sesiones sólo puede tener un carácter orientativo, en ningún caso puede
condicionar el desarrollo de la misma en la realidad escolar.
Editorial EmásF nº 15.
2 comentarios:
Tan sabio como siempre. Alguna vez me has dicho que te gustaría que mostrase mi disconformidad con tus reflexiones. En algunas ocasiones, al leerte lo he intentando, pero me resulta imposible, porque siempre estoy de acuerdo contigo. Esto que comenta en el post, es una realidad que yo vivo durante mis sesiones. Yo siempre digo que el mejor termómetro son los niños/as, ellos marcan las pautas a seguir y los cambios. Totalmente de acuerdo, si los alumnos/as se están diviertiendo con una tarea, que necesidad hay de cambiarla, lo que se debe hacer es sacar partido de lo que se está viviendo en ese momento, lo demás es secundario. Gran post Juan Carlos, ¡COMO SIEMPRE!
Muy necesaria la reflexión sobre este tema.
Mi práctica diaria me demuestra día tras día que debemos programar como maestros, no como entrenadores, aunque algunos también lo seamos.
Creo que era Viciana quién decía que era mejor una gran actividad con variantes que muchas actividades, yo soy de ese parecer.
El error pues es intentar proponer la clase como entrenamiento, que no es nuestro objetivo, a no ser que lo sea puntualmente. Si bien esto no quita que tengamos que tenerlo en cuenta y dominarlo.
Necesitamos más reflexiones como estas que nos ayuden a encontrar el camino que diferencia la educación física del deporte, que ha estado en nuestra base formativa y que no acaba de responder a los cometidos por los cuales trabajamos.
Saludos.
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